Conocer a Dios / How to Know God

El viaje hacia el misterio de los misterios

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Paperback
$16.95 US
On sale Jun 07, 2011 | 416 Pages | 978-0-307-47581-7
Una perfecta mezcla entre filosofía y ciencia aplicada al más importante de todos los temas: la búsqueda de Dios.

Con Conocer a Dios, Deepak Chopra nos ofrece una de sus más ambiciosas e importantes obras hasta la fecha, un bestseller internacional que ha inspirado a lectores alrededor del mundo a reexaminar su concepto de Dios.

Según Chopra, el cerebro tiene la capacidad de conocer a Dios. El sistema nervioso humano tiene siete respuestas biológicas que corresponden a los siete niveles de la experiencia divina. Pero estos siete niveles no pertenecen a una sola religión (ya que son compartidos por todas las religiones), sino que existen debido a la necesidad del cerebro de encontrar significado en un universo infinito y caótico. Conocer a Dios describe la búsqueda que todos y cada uno de nosotros emprendemos, tanto si lo sabemos como si no. En palabras del propio Chopra, “Nosotros evolucionamos para encontrar a Dios… Para nosotros, Dios no es una elección sino una necesidad”.
Uno
Un Dios real y útil

Dios ha conseguido realizar la sorprendente proeza de ser adorado pero invisible al mismo tiempo. Millones de personas lo describirían como un padre con barba blanca sentado en un trono en el cielo, pero nadie puede asegurar que lo haya visto personalmente. Aunque no parece posible ofrecer un solo hecho sobre el Todopoderoso que pudiera sostenerse ante un tribunal, una gran mayoría de personas cree en Dios, para ser más exactos un 96 por ciento según algunas encuestas. Esto revela el gran vacío existente entre fe y lo que llamamos la realidad diaria. Necesitamos llenar este vacío.

¿De qué modo serían los hechos si los tuviéramos? Serían así. Todo aquello que experimentamos como realidad material nace en un reino invisible más allá del espacio y del tiempo, un reino consistente en energía e información, según nos ha sido revelado por la ciencia. Esta fuente invisible de todo lo que existe no es un espacio vacío sino que es el mismo útero de la creación. Hay algo que organiza y que crea esta energía. Convierte el caos de sopa cuántica en estrellas, galaxias, selvas tropicales, seres humanos y nuestros propios pensamientos, emociones, memorias y deseos. En las páginas siguientes veremos que no sólo es posible conocer esta fuente de existencia en un nivel abstracto sino que, además, podemos llegar a intimar con ella. Cuando esto sucede nuestros horizontes se abren a nuevas realidades. Tendremos la experiencia de Dios.

Después de siglos de conocer a Dios a través de la fe, estamos preparados para entender la inteligencia divina directamente. En muchos aspectos, este nuevo conocimiento refuerza lo que la tradición espiritual ya nos había prometido. Dios es invisible y, además, hace milagros. Es el origen de todo impulso de amor. La belleza y la verdad son hijos de este Dios. Si no conocemos la fuente infinita de energía y creatividad, las miserias de la vida se hacen realidad. Acercarnos a Dios a través del conocimiento verdadero nos cura el miedo a la muerte, confirma la existencia del alma y da un sentido definitivo a la vida.

Toda nuestra noción de la realidad ha sido puesta patas arriba. Dios, en lugar de ser una inmensa proyección imaginaria, ha resultado ser la única cosa real, y todo el universo, a pesar de su inmensidad y de su solidez, es una proyección de la naturaleza de Dios. Estos sorprendentes acontecimientos que llamamos milagros nos dan las claves de su inefable inteligencia. Consideremos la siguiente historia.

En 1924, un viejo campesino francés caminaba hacia su casa. Apenas veía debido a que perdió uno de los ojos en la Primera Guerra Mundial y tenía el otro gravemente dañado por el gas mostaza de las trincheras. La puesta de sol era muy brillante y ello le impedía ver a los dos jóvenes en bicicletas que habían doblado la esquina y se dirigían hacia él.

En el momento del impacto aparece un ángel que toma por las dos ruedas la bicicleta que va delante, la levanta un par de metros del suelo y la deposita sin daño alguno sobre el césped al lado de la carretera. La segunda bicicleta se detiene y los jóvenes se emocionan enormemente. «¡Son dos, son dos!» grita uno de ellos refiriéndose al hecho de que en lugar del anciano sólo, hay dos figuras en la carretera. Todo el pueblo se aturde tremendamente y, más tarde, dijeron que los dos jóvenes estaban borrachos y que inventaron esta fantástica historia. Por lo que al anciano se refiere, cuando se le preguntó sobre el hecho, dijo que no entendía la pregunta.

¿Podemos nosotros llegar a tener una respuesta? Sucede que el anciano era un sacerdote, el padre Jean Lamy, y que la aparición del ángel ha llegado hasta nosotros a través de su propio testimonio antes de su muerte. A Lamy, persona piadosa y muy querida, se le atribuyen muchos casos en los que Dios envió ángeles u otras formas de ayuda divina. Aunque no era muy amigo de hablar de ello, su actitud era real y modesta. Debido a la vocación religiosa de Lamy es fácil rechazar este incidente como una historia para devotos. Los escépticos no se conmoverían.

Por mi parte, estoy sencillamente fascinado por si pudo haber ocurrido, por si podemos abrir la puerta y permitir que entren en nuestra realidad ángeles para ayudarnos, junto con milagros, visiones, profecías y, finalmente, el gran desconocido, Dios mismo.

Todos sabemos que una persona puede aprender de la vida sin religión. Si yo escogiera a cien recién nacidos y filmara cada momento de sus vidas desde el principio hasta el fin, no sería posible predecir que aquellos que creen en Dios serán más felices, más sabios o que tendrán más éxito que los no creyentes. Es más, la cámara no puede grabar lo que queda por debajo de la superficie. Alguien que ha tenido la experiencia de Dios podría ver el mundo con júbilo y alegría. ¿Es real esta experiencia? ¿Es útil para nuestras vidas, o es sólo un acontecimiento subjetivo, lleno de significado para la persona que la ha tenido pero no más práctico que un sueño?

Al principio de cualquier búsqueda de Dios hay un hecho escueto, y es que no deja huellas en el mundo material. Desde el principio de la religión en Occidente fue obvio que Dios tiene algún tipo de presencia, conocida en hebreo como Shekinah. Algunas veces esta palabra se traduce sencillamente como una luz o radiación. La Shekinah formaba el halo alrededor de los ángeles y la alegría luminosa en la cara de los santos. Se le atribuía el género femenino aunque Dios, tal y como lo interpreta la tradición judeocristiana, es masculino. Sin embargo, el hecho significativo de la Shekinah no era su género. Como Dios es infinito, llamar a la deidad «él» o «ella» no es más que una convención humana.* Era mucho más importante la noción de si Dios tiene una presencia, lo que significa que puede ser percibido. Puede ser conocido. Esto es un punto importante, ya que de cualquier otro modo se entiende que Dios es invisible e intocable, y a menos que una pequeña parte de Dios toque el mundo material, será siempre inaccesible.

Personificamos a Dios como una forma conveniente de hacerlo más semejante a nosotros. Sin embargo, sería un humano muy perverso y cruel si quedara oculto a nuestras miradas mientras nos pide nuestro amor. ¿Cómo podría tener confianza en un tipo cualquiera de ser espiritual benévolo cuando miles de años de religión han estado tan manchados de sangre?

Necesitamos un modelo que sea al mismo tiempo parte de la religión pero que no esté relacionado con ella. El siguiente esquema en tres partes se adapta a la visión que tenemos de Dios con nuestro sentido común. Este esquema, que tiene la forma de un sándwich de realidad, puede ser descrito de la siguiente forma:

Dios
-----ZONA DE TRANSICIÓN-----
Mundo material

Las caras superior e inferior de la descripción no son nuevas, y colocan a Dios por encima del mundo material y fuera de él. Dios debe ser separado de nosotros; de otro modo, podríamos verlo paseando entre nosotros como lo hacía en el Génesis, según el cual, después de los siete días de la creación, Dios paseaba por el jardín del Edén, gozando de su obra en el fresco del atardecer.

Sólo el elemento central de nuestro diagrama, llamado la zona de transición, es nuevo o inusual. Una zona de transición implica que Dios y los humanos se encuentran en un terreno común, en algún lugar en el que ocurren los milagros, junto con visiones santas, ángeles, iluminaciones, y donde se escucha la voz de Dios. Todos estos fenómenos extraordinarios enlazan dos mundos, que son reales y que, sin embargo, no son parte de un fenómeno causa-efecto predecible. Dicho de otro modo, si nos aferramos obstinadamente a la realidad material como la única manera de saberlo todo, el escepticismo hacia Dios queda totalmente justificado. Los milagros y los ángeles desafían a la razón y, aunque las santas visiones pueden ser catalogadas de vez en cuando, la mente racional permanece desafiante, defendiendo su agarre al plano material.

—¿Crees realmente que Dios existe? Bien, analicémoslo. Tú eres médico y yo soy médico. O bien Dios causa las enfermedades que vemos cada día o no puede hacer nada por detenerlas. ¿Cuál es el Dios que quieres que yo acepte?

Estas palabras corresponden a un colega escéptico y confirmado ateo con el que yo solía hacer mis rondas en el hospital.

—No quiero que aceptes a ninguno de los dos —protestaba yo.

Pero él insistía.

—La realidad es la realidad. No hay que discutir sobre si una enzima o una hormona son reales, ¿verdad? Dios no resiste a ningún tipo de prueba objetiva, todos lo sabemos, pero algunos hemos escogido no seguir engañándonos a nosotros mismos.

En un sentido tenía razón. Los argumentos materialistas contra Dios siguen siendo fuertes porque están basados en hechos, pero caen cuando te sumerges más profundamente que en el mundo material. Doña Juliana de Norwich vivió en Inglaterra en el siglo XIV y preguntó directamente a Dios por qué había creado el mundo. La respuesta le fue dada entre susurros de éxtasis:

¿Quieres conocer el sentido de tu Señor en lo que yo he hecho? Para que lo sepas, su significado es el amor. ¿Quién te lo revela? El amor. ¿Qué te revela? El amor. ¿Por qué te lo revela? Por amor.

Para doña Juliana, Dios era algo que podía comer, beber, respirar y ver en todas partes como si fuera un amante caprichoso. Sin embargo, como la divinidad era su amante, fue elevada a alturas cósmicas, en las que el universo era «una cosita de la medida de una avellana puesta en la palma de la mano».

Cuando los santos se vuelven casi locos con sus raptos, encontramos sus expresiones desconcertantes y sin embargo muy comprensibles. Aunque todos nos hemos acostumbrado a la ausencia de lo sagrado, nos damos cuenta de que los viajes a la zona de transición, aquella que está más cercana a Dios, continúan sucediendo.

Experimentar a Dios es como volar. Parece que estoy andando sobre el suelo con tanto equilibrio que nada puede moverme del camino. Es como estar en el ojo del huracán. Veo sin juicio u opinión. Observo simplemente cómo va ocurriendo todo dentro y fuera de mi conciencia como si fueran nubes.

Esta experiencia levitatoria, común a santos y místicos, es la descripción de un viaje cuántico. No hay mecanismo físico alguno conocido que lo desencadene, aunque el sentimiento de estar cerca de Dios puede darse en cualquier edad y ser experimentado por cualquier persona. Todos nosotros somos capaces de ir más allá de nuestras ataduras materiales. Aunque a menudo no evaluemos esta capacidad. Aunque oímos en la iglesia o en el templo o en la mezquita que Dios es amor, esto ya no parece ejercer una atracción apasionada.

Yo no creo que los santos y los místicos sean realmente tan diferentes de otros seres humanos. Si miramos nuestro sándwich de la realidad, la zona de transición se vuelve subjetiva: es donde la presencia de Dios es notada o vista. Cualquier cosa que sea subjetiva debe involucrar al cerebro, porque tiene que haber millones de neuronas actuando juntas antes de tener una experiencia.

Actualmente, nuestra búsqueda se ha ido estrechando hasta el punto de ser esperanzadora: la presencia de Dios, su luz, se hace real si podemos traducirla a una respuesta del cerebro que yo llamaré la «respuesta de Dios». Incluso podemos ser más concretos. Las visiones santas y las revelaciones no suceden al azar, sino que ocurren en siete sucesos determinados dentro del cerebro. Estas respuestas son mucho más básicas que nuestras creencias pero se transforman en creencias. Forman un puente desde nuestro mundo hasta un terreno invisible donde se disuelve la materia y emerge el espíritu:

1. Respuesta luchar o huir: es la respuesta que nos permite sobrevivir ante el peligro. Esta respuesta está ligada a Dios, que desea protegernos. Es como un padre que procura por la seguridad de un hijo pequeño. Nos volcamos en este Dios porque necesitamos sobrevivir.

2. Respuesta reactiva: es la creación del cerebro de una identidad personal. Más allá de la mera supervivencia, cada uno de nosotros sigue las propias necesidades de «yo, mi, mío». Lo hacemos instintivamente, y de esta respuesta emerge un nuevo Dios, que tiene fuerza y poder, leyes y normas. Nos volcamos en este Dios porque necesitamos conseguir, alcanzar y competir.

3. Respuesta de la conciencia en reposo: el cerebro puede estar activo o en descanso, y ésta es la respuesta que da cuando desea paz. Cada una de las partes del cerebro alternan descanso y actividad. El equivalente divino es un Dios que necesita tener la sensación de que el mundo exterior no va a tragarnos en su infinito desorden.

4. Respuesta intuitiva: el cerebro busca información desde fuera y desde dentro. El conocimiento exterior es objetivo, pero el interior es intuitivo. Nadie pregunta a un experto antes de decir «Soy feliz» o «Estoy enamorado», sino que confiamos en nuestra capacidad de conocernos a nosotros mismos de dentro hacia fuera. El Dios que corresponde a esta respuesta es comprensivo e indulgente. Lo necesitamos para validar que nuestro mundo interiores Dios.

5. Respuesta creativa:
el cerebro humano puede inventar cosas nuevas y descubrir nuevos hechos. Aparentemente, esta capacidad creativa no viene de ninguna parte, sino que lo desconocido da simplemente nacimiento a un nuevo pensamiento. A esto lo llamamos inspiración, y su espejo es un creador que hizo todo el mundo de la nada. Nos volvemos a él por nuestra admiración por la belleza y la complejidad formal de la naturaleza.

6. Respuesta visionaria: el cerebro puede contactar directamente con «la luz», una forma de conciencia pura que se siente dichosa y bendecida. Este contacto puede ser desconcertante, porque no tiene raíces en el mundo material. Llega como una visión y el Dios que corresponde a esta respuesta es exaltado, otorga la curación y hace milagros. Necesitamos un Dios así para explicar por qué pueden existir las maravillas junto con la realidad mundana.

7. Respuesta sagrada: el cerebro nació de una sola célula fecundada que en sí no tiene función de cerebro, sino que es sólo una partícula de vida, y ésta permanece intacta en toda su inocencia y sencillez aunque a partir de ella se desarrollen cien mil millones de neuronas. El cerebro la reconoce como fuente y origen. Para corresponder con esta respuesta hay un Dios que es ser puro, que no piensa sino que sólo es. Le necesitamos porque, sin un origen, nuestra existencia no tiene ningún tipo de fundamento.

Deepak Chopra es autor de más de cincuenta libros que han sido traducidos a más de treinta y cinco idiomas. Entre ellos se encuentran numerosos bestsellers de The New York Times, tanto de ficción como de no ficción.

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Una perfecta mezcla entre filosofía y ciencia aplicada al más importante de todos los temas: la búsqueda de Dios.

Con Conocer a Dios, Deepak Chopra nos ofrece una de sus más ambiciosas e importantes obras hasta la fecha, un bestseller internacional que ha inspirado a lectores alrededor del mundo a reexaminar su concepto de Dios.

Según Chopra, el cerebro tiene la capacidad de conocer a Dios. El sistema nervioso humano tiene siete respuestas biológicas que corresponden a los siete niveles de la experiencia divina. Pero estos siete niveles no pertenecen a una sola religión (ya que son compartidos por todas las religiones), sino que existen debido a la necesidad del cerebro de encontrar significado en un universo infinito y caótico. Conocer a Dios describe la búsqueda que todos y cada uno de nosotros emprendemos, tanto si lo sabemos como si no. En palabras del propio Chopra, “Nosotros evolucionamos para encontrar a Dios… Para nosotros, Dios no es una elección sino una necesidad”.

Excerpt

Uno
Un Dios real y útil

Dios ha conseguido realizar la sorprendente proeza de ser adorado pero invisible al mismo tiempo. Millones de personas lo describirían como un padre con barba blanca sentado en un trono en el cielo, pero nadie puede asegurar que lo haya visto personalmente. Aunque no parece posible ofrecer un solo hecho sobre el Todopoderoso que pudiera sostenerse ante un tribunal, una gran mayoría de personas cree en Dios, para ser más exactos un 96 por ciento según algunas encuestas. Esto revela el gran vacío existente entre fe y lo que llamamos la realidad diaria. Necesitamos llenar este vacío.

¿De qué modo serían los hechos si los tuviéramos? Serían así. Todo aquello que experimentamos como realidad material nace en un reino invisible más allá del espacio y del tiempo, un reino consistente en energía e información, según nos ha sido revelado por la ciencia. Esta fuente invisible de todo lo que existe no es un espacio vacío sino que es el mismo útero de la creación. Hay algo que organiza y que crea esta energía. Convierte el caos de sopa cuántica en estrellas, galaxias, selvas tropicales, seres humanos y nuestros propios pensamientos, emociones, memorias y deseos. En las páginas siguientes veremos que no sólo es posible conocer esta fuente de existencia en un nivel abstracto sino que, además, podemos llegar a intimar con ella. Cuando esto sucede nuestros horizontes se abren a nuevas realidades. Tendremos la experiencia de Dios.

Después de siglos de conocer a Dios a través de la fe, estamos preparados para entender la inteligencia divina directamente. En muchos aspectos, este nuevo conocimiento refuerza lo que la tradición espiritual ya nos había prometido. Dios es invisible y, además, hace milagros. Es el origen de todo impulso de amor. La belleza y la verdad son hijos de este Dios. Si no conocemos la fuente infinita de energía y creatividad, las miserias de la vida se hacen realidad. Acercarnos a Dios a través del conocimiento verdadero nos cura el miedo a la muerte, confirma la existencia del alma y da un sentido definitivo a la vida.

Toda nuestra noción de la realidad ha sido puesta patas arriba. Dios, en lugar de ser una inmensa proyección imaginaria, ha resultado ser la única cosa real, y todo el universo, a pesar de su inmensidad y de su solidez, es una proyección de la naturaleza de Dios. Estos sorprendentes acontecimientos que llamamos milagros nos dan las claves de su inefable inteligencia. Consideremos la siguiente historia.

En 1924, un viejo campesino francés caminaba hacia su casa. Apenas veía debido a que perdió uno de los ojos en la Primera Guerra Mundial y tenía el otro gravemente dañado por el gas mostaza de las trincheras. La puesta de sol era muy brillante y ello le impedía ver a los dos jóvenes en bicicletas que habían doblado la esquina y se dirigían hacia él.

En el momento del impacto aparece un ángel que toma por las dos ruedas la bicicleta que va delante, la levanta un par de metros del suelo y la deposita sin daño alguno sobre el césped al lado de la carretera. La segunda bicicleta se detiene y los jóvenes se emocionan enormemente. «¡Son dos, son dos!» grita uno de ellos refiriéndose al hecho de que en lugar del anciano sólo, hay dos figuras en la carretera. Todo el pueblo se aturde tremendamente y, más tarde, dijeron que los dos jóvenes estaban borrachos y que inventaron esta fantástica historia. Por lo que al anciano se refiere, cuando se le preguntó sobre el hecho, dijo que no entendía la pregunta.

¿Podemos nosotros llegar a tener una respuesta? Sucede que el anciano era un sacerdote, el padre Jean Lamy, y que la aparición del ángel ha llegado hasta nosotros a través de su propio testimonio antes de su muerte. A Lamy, persona piadosa y muy querida, se le atribuyen muchos casos en los que Dios envió ángeles u otras formas de ayuda divina. Aunque no era muy amigo de hablar de ello, su actitud era real y modesta. Debido a la vocación religiosa de Lamy es fácil rechazar este incidente como una historia para devotos. Los escépticos no se conmoverían.

Por mi parte, estoy sencillamente fascinado por si pudo haber ocurrido, por si podemos abrir la puerta y permitir que entren en nuestra realidad ángeles para ayudarnos, junto con milagros, visiones, profecías y, finalmente, el gran desconocido, Dios mismo.

Todos sabemos que una persona puede aprender de la vida sin religión. Si yo escogiera a cien recién nacidos y filmara cada momento de sus vidas desde el principio hasta el fin, no sería posible predecir que aquellos que creen en Dios serán más felices, más sabios o que tendrán más éxito que los no creyentes. Es más, la cámara no puede grabar lo que queda por debajo de la superficie. Alguien que ha tenido la experiencia de Dios podría ver el mundo con júbilo y alegría. ¿Es real esta experiencia? ¿Es útil para nuestras vidas, o es sólo un acontecimiento subjetivo, lleno de significado para la persona que la ha tenido pero no más práctico que un sueño?

Al principio de cualquier búsqueda de Dios hay un hecho escueto, y es que no deja huellas en el mundo material. Desde el principio de la religión en Occidente fue obvio que Dios tiene algún tipo de presencia, conocida en hebreo como Shekinah. Algunas veces esta palabra se traduce sencillamente como una luz o radiación. La Shekinah formaba el halo alrededor de los ángeles y la alegría luminosa en la cara de los santos. Se le atribuía el género femenino aunque Dios, tal y como lo interpreta la tradición judeocristiana, es masculino. Sin embargo, el hecho significativo de la Shekinah no era su género. Como Dios es infinito, llamar a la deidad «él» o «ella» no es más que una convención humana.* Era mucho más importante la noción de si Dios tiene una presencia, lo que significa que puede ser percibido. Puede ser conocido. Esto es un punto importante, ya que de cualquier otro modo se entiende que Dios es invisible e intocable, y a menos que una pequeña parte de Dios toque el mundo material, será siempre inaccesible.

Personificamos a Dios como una forma conveniente de hacerlo más semejante a nosotros. Sin embargo, sería un humano muy perverso y cruel si quedara oculto a nuestras miradas mientras nos pide nuestro amor. ¿Cómo podría tener confianza en un tipo cualquiera de ser espiritual benévolo cuando miles de años de religión han estado tan manchados de sangre?

Necesitamos un modelo que sea al mismo tiempo parte de la religión pero que no esté relacionado con ella. El siguiente esquema en tres partes se adapta a la visión que tenemos de Dios con nuestro sentido común. Este esquema, que tiene la forma de un sándwich de realidad, puede ser descrito de la siguiente forma:

Dios
-----ZONA DE TRANSICIÓN-----
Mundo material

Las caras superior e inferior de la descripción no son nuevas, y colocan a Dios por encima del mundo material y fuera de él. Dios debe ser separado de nosotros; de otro modo, podríamos verlo paseando entre nosotros como lo hacía en el Génesis, según el cual, después de los siete días de la creación, Dios paseaba por el jardín del Edén, gozando de su obra en el fresco del atardecer.

Sólo el elemento central de nuestro diagrama, llamado la zona de transición, es nuevo o inusual. Una zona de transición implica que Dios y los humanos se encuentran en un terreno común, en algún lugar en el que ocurren los milagros, junto con visiones santas, ángeles, iluminaciones, y donde se escucha la voz de Dios. Todos estos fenómenos extraordinarios enlazan dos mundos, que son reales y que, sin embargo, no son parte de un fenómeno causa-efecto predecible. Dicho de otro modo, si nos aferramos obstinadamente a la realidad material como la única manera de saberlo todo, el escepticismo hacia Dios queda totalmente justificado. Los milagros y los ángeles desafían a la razón y, aunque las santas visiones pueden ser catalogadas de vez en cuando, la mente racional permanece desafiante, defendiendo su agarre al plano material.

—¿Crees realmente que Dios existe? Bien, analicémoslo. Tú eres médico y yo soy médico. O bien Dios causa las enfermedades que vemos cada día o no puede hacer nada por detenerlas. ¿Cuál es el Dios que quieres que yo acepte?

Estas palabras corresponden a un colega escéptico y confirmado ateo con el que yo solía hacer mis rondas en el hospital.

—No quiero que aceptes a ninguno de los dos —protestaba yo.

Pero él insistía.

—La realidad es la realidad. No hay que discutir sobre si una enzima o una hormona son reales, ¿verdad? Dios no resiste a ningún tipo de prueba objetiva, todos lo sabemos, pero algunos hemos escogido no seguir engañándonos a nosotros mismos.

En un sentido tenía razón. Los argumentos materialistas contra Dios siguen siendo fuertes porque están basados en hechos, pero caen cuando te sumerges más profundamente que en el mundo material. Doña Juliana de Norwich vivió en Inglaterra en el siglo XIV y preguntó directamente a Dios por qué había creado el mundo. La respuesta le fue dada entre susurros de éxtasis:

¿Quieres conocer el sentido de tu Señor en lo que yo he hecho? Para que lo sepas, su significado es el amor. ¿Quién te lo revela? El amor. ¿Qué te revela? El amor. ¿Por qué te lo revela? Por amor.

Para doña Juliana, Dios era algo que podía comer, beber, respirar y ver en todas partes como si fuera un amante caprichoso. Sin embargo, como la divinidad era su amante, fue elevada a alturas cósmicas, en las que el universo era «una cosita de la medida de una avellana puesta en la palma de la mano».

Cuando los santos se vuelven casi locos con sus raptos, encontramos sus expresiones desconcertantes y sin embargo muy comprensibles. Aunque todos nos hemos acostumbrado a la ausencia de lo sagrado, nos damos cuenta de que los viajes a la zona de transición, aquella que está más cercana a Dios, continúan sucediendo.

Experimentar a Dios es como volar. Parece que estoy andando sobre el suelo con tanto equilibrio que nada puede moverme del camino. Es como estar en el ojo del huracán. Veo sin juicio u opinión. Observo simplemente cómo va ocurriendo todo dentro y fuera de mi conciencia como si fueran nubes.

Esta experiencia levitatoria, común a santos y místicos, es la descripción de un viaje cuántico. No hay mecanismo físico alguno conocido que lo desencadene, aunque el sentimiento de estar cerca de Dios puede darse en cualquier edad y ser experimentado por cualquier persona. Todos nosotros somos capaces de ir más allá de nuestras ataduras materiales. Aunque a menudo no evaluemos esta capacidad. Aunque oímos en la iglesia o en el templo o en la mezquita que Dios es amor, esto ya no parece ejercer una atracción apasionada.

Yo no creo que los santos y los místicos sean realmente tan diferentes de otros seres humanos. Si miramos nuestro sándwich de la realidad, la zona de transición se vuelve subjetiva: es donde la presencia de Dios es notada o vista. Cualquier cosa que sea subjetiva debe involucrar al cerebro, porque tiene que haber millones de neuronas actuando juntas antes de tener una experiencia.

Actualmente, nuestra búsqueda se ha ido estrechando hasta el punto de ser esperanzadora: la presencia de Dios, su luz, se hace real si podemos traducirla a una respuesta del cerebro que yo llamaré la «respuesta de Dios». Incluso podemos ser más concretos. Las visiones santas y las revelaciones no suceden al azar, sino que ocurren en siete sucesos determinados dentro del cerebro. Estas respuestas son mucho más básicas que nuestras creencias pero se transforman en creencias. Forman un puente desde nuestro mundo hasta un terreno invisible donde se disuelve la materia y emerge el espíritu:

1. Respuesta luchar o huir: es la respuesta que nos permite sobrevivir ante el peligro. Esta respuesta está ligada a Dios, que desea protegernos. Es como un padre que procura por la seguridad de un hijo pequeño. Nos volcamos en este Dios porque necesitamos sobrevivir.

2. Respuesta reactiva: es la creación del cerebro de una identidad personal. Más allá de la mera supervivencia, cada uno de nosotros sigue las propias necesidades de «yo, mi, mío». Lo hacemos instintivamente, y de esta respuesta emerge un nuevo Dios, que tiene fuerza y poder, leyes y normas. Nos volcamos en este Dios porque necesitamos conseguir, alcanzar y competir.

3. Respuesta de la conciencia en reposo: el cerebro puede estar activo o en descanso, y ésta es la respuesta que da cuando desea paz. Cada una de las partes del cerebro alternan descanso y actividad. El equivalente divino es un Dios que necesita tener la sensación de que el mundo exterior no va a tragarnos en su infinito desorden.

4. Respuesta intuitiva: el cerebro busca información desde fuera y desde dentro. El conocimiento exterior es objetivo, pero el interior es intuitivo. Nadie pregunta a un experto antes de decir «Soy feliz» o «Estoy enamorado», sino que confiamos en nuestra capacidad de conocernos a nosotros mismos de dentro hacia fuera. El Dios que corresponde a esta respuesta es comprensivo e indulgente. Lo necesitamos para validar que nuestro mundo interiores Dios.

5. Respuesta creativa:
el cerebro humano puede inventar cosas nuevas y descubrir nuevos hechos. Aparentemente, esta capacidad creativa no viene de ninguna parte, sino que lo desconocido da simplemente nacimiento a un nuevo pensamiento. A esto lo llamamos inspiración, y su espejo es un creador que hizo todo el mundo de la nada. Nos volvemos a él por nuestra admiración por la belleza y la complejidad formal de la naturaleza.

6. Respuesta visionaria: el cerebro puede contactar directamente con «la luz», una forma de conciencia pura que se siente dichosa y bendecida. Este contacto puede ser desconcertante, porque no tiene raíces en el mundo material. Llega como una visión y el Dios que corresponde a esta respuesta es exaltado, otorga la curación y hace milagros. Necesitamos un Dios así para explicar por qué pueden existir las maravillas junto con la realidad mundana.

7. Respuesta sagrada: el cerebro nació de una sola célula fecundada que en sí no tiene función de cerebro, sino que es sólo una partícula de vida, y ésta permanece intacta en toda su inocencia y sencillez aunque a partir de ella se desarrollen cien mil millones de neuronas. El cerebro la reconoce como fuente y origen. Para corresponder con esta respuesta hay un Dios que es ser puro, que no piensa sino que sólo es. Le necesitamos porque, sin un origen, nuestra existencia no tiene ningún tipo de fundamento.

Author

Deepak Chopra es autor de más de cincuenta libros que han sido traducidos a más de treinta y cinco idiomas. Entre ellos se encuentran numerosos bestsellers de The New York Times, tanto de ficción como de no ficción.

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